Aquest sol que menstrua no es vol pondre.
Mira la folla roja com rebutja
el llençol de muntanya que l’acotxa.
Un altre dia exagerat. Un altre
dia se’t mor cregut que el seu color
no tornarà mai més, no tornarà
com la sang que es podreix. Eixuga llum,
llença cotons de núvols, renta’t, gira’t,
beu el més límpid gin de lluna i mar.
Gabriel Ferrater. El ponent excessiu. Les dones i els dies
Mira la folla roja com rebutja
el llençol de muntanya que l’acotxa.
Un altre dia exagerat. Un altre
dia se’t mor cregut que el seu color
no tornarà mai més, no tornarà
com la sang que es podreix. Eixuga llum,
llença cotons de núvols, renta’t, gira’t,
beu el més límpid gin de lluna i mar.
Gabriel Ferrater. El ponent excessiu. Les dones i els dies
De
los colores del agua
Josep
Manuel Berenguer
Al
iniciar el camino a Queralbs desde el lado de Poniente del Estany de
Núria, cerca del embarcadero, el valle y el lago quedan a la
izquierda, a Levante; el monte, las crestas más cercanas, que hacen
frontera con Francia, a la derecha, a Poniente. El sendero te eleva y
al dejar el santuario atrás, encontrarás más árboles a Poniente
que a Levante, pero no tantos como para decir que te hallas en medio
del bosque. Podría ser que a la derecha oyeras el canto de algún
ave. No es que no las haya en el lado del valle. Probablemente,
encontrarías más cerca del río, pero los árboles del lado del
monte son ahora más y, en general, más próximos. Por otra parte,
si caminas erguido, el valle siempre queda más alejado que el monte.
Como los sonidos pierden intensidad proporcionalmente al cuadrado de
la distancia y, descendiendo del Valle de Nuria, el camino conduce en
dirección Sur, la probabilidad de oír pájaros al principio es
superior a tu derecha. Caminas. Tu respiración y tus pasos suenan
fuerte. Parten de ti. Son parte de ti : dominan tu paisaje sonoro y
enmascaran el resto de sonidos. Incluso el del flujo constante de
agua, generado inicialmente por sus saltos grandes y pequeños, pero
que parece llegar a ti de todas partes, de rebote de piedra en
piedra, de pared en pared,.
El
sonido del agua es muy interesante. Aunque parece constante, si
prestas atención, escucharás su comportamiento siempre localmente
divergente. De constante, solo tiene la variación continua y es que
el mecanismo de producción, demasiado complejo y dependiente del
contexto para ser previsible a escala humana, es caótico. El azar lo
impregna. Escribía Leibniz en sus Nuevos
ensayos para entender la naturaleza humana
que, para percibir efectivamente el sonido de las olas, es necesario
percibir el que produce cada gota de las que están compuestas.
Pensaba también el erudito que este sonido imperceptible solo en
unión con todos los otros, es decir, en el estrépito de la ola, es
perceptible, y no lo sería si la gota en cuestión fuera única.
Esta visión, que, al neófito, como yo, parece asociable a su teoría
de las mónadas, es bastante cercana a lo que yo imagino trescientos
años después, a pesar de que no pueda decirse que el mar y las olas
estén hechos de gotas. Una cosa son las moléculas y otra, las gotas
que se juntan para devenir mar, río, lago o estanque, y pierden la
identidad en ese acto. El agua no es algo compacto. El mar, que es
una masa grande de agua, al impactar con los límites del contenedor
-rocas, arena, etc.-, suena desintegrándose en gotas en movimiento,
que chocan de nuevo y producen parte del sonido. Otra parte proviene
del rozamiento del agua con sí misma al romper la ola, también
entonces desintegrada en innumerables gotas. También fue bien visto
por Leibniz que un único choque de una gota puede no ser perceptible
por el oído humano; no tanto, sin embargo, por su energía, sino por
la duración mínima de esos eventos mínimos que, según el,
causaban percepciones insensibles, en contraposición de las que
denominaba claras, aquellas de las que nos hacemos efectivamente
conscientes. De hecho, pensamos hoy que es la suma de eventos a punto
de ser perceptibles lo que estimula la generación de las sensaciones
de las que nos hacemos conscientes.
Si
el agua corre lenta, como en un río ancho, y no se arremolina, o si
se mantiene inmóvil, como en un estanque, casi no suena. No hay
colisiones ni fricciones. En esos casos, la masa de agua actúa como
un único cuerpo. El sonido se genera en la discontinuidad. En saltos
y desniveles, que, por la energía cinética alcanzada en el choque,
desintegran en gotas las masas de agua. Se genera en la percusión y
la fricción de cada gota de agua con las otras; sobre todo, empero,
con las piedras y cualquier cosa que pare o frene momentáneamente su
viaje al mar a caballo de la inercia y la fuerza de la gravedad.
Piensa
en la lluvia, por ejemplo : solo suena al llegar cada gota al suelo o
a alguna superficie que la detenga. Es ahí donde suena; pero aún es
más importante el hecho de que no se trata de un único sonido. Es
una cantidad difícilmente contable de sonidos mínimos bastante
similares que se producen continuamente. Unas gotas son más
energéticas que otras, de manera que las propiedades de los sonidos
que generan en los choques, a pesar de la similitud, varían bastante
del uno al otro. Como se producen tantísimas gotas por unidad de
tiempo, un buen número de ellas choca en instantes muy cercanos, de
manera que cuando el choque de una de ellas no ha terminado de sonar,
vienen otras a chocar muy cerca. Sus sonidos se superponen y el oído,
cuyo poder de separación temporal no es ilimitado, hace el resto por
integrarlos en una única percepción. Cuantas más gotas, más
continuo es el sonido. Cuantas menos, más fácilmente perceptible es
entonces el grano.
Pero
eso no es todo. Hay dos detalles más. Uno es que, como las
partículas de agua no chocan en el mismo punto, los sonidos
generados por cada una de ellas llegan a los oídos en instantes
distintos. Como el oído no identifica conscientemente los instantes
de llegada cuando son muy próximos, aunque fueran perfectamente
iguales, la percepción no podría nunca ser igual. Es como un campo
de grillos o de saltamontes, un pinar lleno de cigarras o de
cualquier especie de insecto que cante en comunidad. O como un
estanque donde cantan las ranas. O como una sala de conciertos en el
momento de los aplausos. Si los emisores te quedan lejos -de hecho,
casi siempre quedan lejos, porque si te acercas, callan-, las
diferencias pequeñas de tiempo entre las llegadas de los sonidos se
perciben en términos de espacio codificadas en el comportamiento
espectral; nunca como separaciones temporales. Hallarse en medio de
un campo de insectos eusociales es como estar entre los violines de
una orquesta. Tal vez, mucho más, porque, de hecho, una orquesta
sinfónica solo tiene cuarenta. Nunca he contado los saltamontes de
un campo, pero sí a menudo me he maravillado escuchándolos. A estas
alturas y sin duda, para mí, es mucho mejor que un concierto. El
otro detalle importante está en que, al chocar las innumerables
gotas contra las superficies en puntos orientados en todas
direcciones, los sonidos así generados parten hacia piedras, árboles
y otros elementos reflejantes aquí y allá del valle, los cuales, a
su vez, los reenvían en el sentido hacia el que ellos se orientan.
En tiempos cercanos pero distintos y multiplicados en centenares de
copias, quién sabe si miles, llegan así a tus oídos los granos
mínimos de los sonidos del agua. El espacio canta al reflejarlos. Es
un holograma sonoro. Si el valle fuera un instrumento musical, las
cascadas, grandes y pequeñas, se corresponderían con el generador
primario, como las cuerdas de una guitarra, y las paredes, las
piedras y los troncos de los árboles, la caja de resonancia. Pero en
realidad, eres tú quien canta.
Todo
ello contribuye en que el sonido del agua sea muy complejo. Es de los
más complejos. Tanto lo es y la forma de la secuencia de presiones,
tan imprevisible, que a menudo lo llamamos ruido. Hay quien piensa
que es ruido blanco; pero eso no es del todo cierto. El ruido blanco
contiene una mezcla aleatoria completamente uniforme de todas las
frecuencias, como el color blanco, del que se sabe se obtiene al
girar un disco de sectores pintados con los colores del arco iris.
Los sonidos del agua son ruidos coloreados. De rojo, porque la
composición de la mezcla favorece las frecuencias bajas.
Sin
discontinuidad, es decir, si fuera infinitamente suave, este mundo
sería muy aburrido. De vez en cuando, trata de detenerte, pues.
Hazlo más a menudo de lo normal y, por unos instantes, no andes ni
hables. Date el tiempo de descansar para así reducir la intensidad
de la respiración. Cuando no te oigas, presta atención y escucha.
Si cambias la orientación de la cabeza, los sonidos legan a tus
oídos en tiempos distintos. Es así como los oyes de manera diversa
de resultas de cada movimiento y de cada posición. Es tu manera de
intervenir en el sonido que te llega. Tú puedes ser tu propio
intérprete del paisaje sonoro del valle.
Has
estado andando un rato y ya casi llegas al Mirador de la Creu d'en
Riba. Los ecos son distintos aquí. Encontrarás un punto donde el
agua casi no se oye. Si hubiera gente, las voces serán ahora mucho
más claras. Al bajar del mirador vendrá otra vez a abrazarte el
campo acústico del agua. Podría ser también que oyeras el silbido
del Cremallera, que rebota fuerte por todas partes antes de llegar a
ti; también de piedra en piedra, de árbol en árbol. Pero ve
bajando. Una vez en el bosque de abetos -o de pinos negros; siento
desconocer la Botánica-, el río sonará más grave. La frecuencia
habrá ido descendiendo a medida que seguías los recodos del camino.
Es normal. En la proximidad del río, casi siempre hallarás más
graves que si escuchas de lejos. Hay por aquí un riachuelo mínimo
que baja a la derecha. Búscalo; la experiencia vale le pena. Hasta
ahora has escuchado el agua a cierta distancia y proveniente de
grandes masas. Si quieres, detente otra vez y aprovecha para
comparar. Te hallas ante uno de los componentes básicos del fenómeno
casi cósmico que hasta ahora escuchabas. Como la actividad es mucho
menor que en el río, que baja al Este, a la izquierda, apreciarás
de muy cerca los sonidos de las salpicaduras, que son agudos y
cortos, bien destacados los unos de los otros. Es que el agua percute
directamente sobre las piedras. Si te acercas lentamente y aumentar
así su nivel, disminuyes la presencia relativa del resto del
paisaje. La belleza pura se manifiesta penetrante frente a ti. Tienes
que acercarte para escuchar bien esto. Es una maravilla.
No
es necesario que te quedes mucho rato. Retoma el sendero y
encontrarás otros riachuelos donde escuchar nuevos fenómenos. El
siguiente tiene un sonido algo más grave. Repite el procedimiento de
acercarte y alejarte. Experimentarás la mezcla de esta fuente local,
aislada, débil y sutil, también frágil, con la masa sonora del
gran flujo del río, que viene de la izquierda, mucho más potente, y
desde aquí, poco definida, oscura. Estás cerca del Torrent de la
Coma de les Perdius, que pronto divisarás al fondo del valle. El
camino se acerca durante un rato, de manera que el nivel aumenta
virando lentamente al grave, que es el rojo, hasta que la pendiente,
que va haciéndose más suave que la del río, te separa. Al llegar a
este punto del trayecto, lo habrás escuchado muy poderoso, pero a
partir de ahora, claro, el nivel sonoro bajará. Lo hará virando el
color a azulado, agudo y lejano. Podría aparecer otra vez el
Cremallera. Subiendo o bajando. Una cosa y otra no son lo mismo. Si
sube, la diversidad sonora da para un concierto. Aprovecha y orienta
la cabeza en direcciones diversas. Interactúa y experimenta. La
escucha no es nunca pasiva. De nuevo puedes decidir ser tu
intérprete. Filtrado por los árboles que entre ti y él se
interponen, el sonido del paso del Cremallera terminará
desvaneciéndose lentamente. Un instante antes será una especie de
hilo sonoro muy tenue que se escurre entre los otros sonidos. Trata
de determinar el momento preciso en que ya no lo oyes. Es imposible,
pero no te preocupes; has aprovechado la experiencia sonora del
desvanecimiento para concentrarte en el hecho de tu propia escucha.
Para hacerte consciente de ti. Es decir, hacerte consciente de que te
haces consciente de que te haces consciente de que ... Cuando haya
pasado, algunas aves podrían quedar cantando. Te ayudarán a salir
del bucle fenoménico. Si no, será el aire o cualquier otra cosa lo
que te arranque del ensimismamiento. Por lo que respecta a la
experiencia sonora, resulta interesante comparar el recuerdo del
silbido del Cremallera y el trinar de los pájaros con los colores
del agua. Uno y otro se le oponen en concreción. Si de ella
llegarías a extraer mentalmente la presencia de cualquier altura
musical, ni de los pájaros ni del silbido podrías nunca extraer más
que las pocas y limitadas notas que te proporcionan. Por eso el
sonido diverso del agua, que contiene casi todas las frecuencias
audibles en una mezcla u otra, actúa como espacio de convivencia. Es
el horizonte del que los otros sonidos emergen y donde tarde o
temprano terminan sumergiéndose. Mucho más frágiles y finos,
tampoco son comparables. El silbato del tren produce una única nota
que, mezclada con el sonido del roce metálico con la vía, rebota
pletórica de una pared a la otra hasta que se desvanece. Es una
explosión tímbrica de desarrollo relativamente previsible e
indiferente a lo que pueda ocurrir a su alrededor; un evento rígido,
contrariamente al trinar de las aves. A pesar de que este último se
refleja igualmente -con mucha suavidad, conviene precisar-, la
coloración es mínima; apenas la de una onda sinuosidal modulada.
Melodía y precisión dominan aquí. Extremadamente sensibles al
contexto, nunca sabes cuándo las aves dejan de cantar ni cuándo
empiezan. Decíamos algo parecido del silbato. Pero no. Es cuestión
de escala temporal. Del silbato, una vez presente, podrías acotar
mucho más el momento de la desaparición. Por eso te ha ayudado a
escucharte escuchar.
Al
atravesar el pedregal, el agua te queda detrás de los árboles. Está
cerca, pero se oye mucho menos grave que antes. Al contrario : en
este caso, el azul, que es un agudo brillante, se manifiesta
particularmente vivo si tu paso coincide con el canto de algún ave
silbadora. Observa que el color cambia en función de los obstáculos
que durante el trayecto se interponen entre el río y tú. Si te
plantas delante de un árbol, filtrarás los azules del agua y así
las aves, menos enmascaradas, vendrán al primer plano de la escucha.
En el bosque, cada árbol filtra a su manera. La rugosidad variable
de la corteza de los troncos, la complejidad irrepetible de las ramas
y la distribución del amortiguamiento foliar intervienen. Cada
posición tuya implica una coloración diversa de las voces del agua.
Donde la vegetación es baja, el sonido se abre. El espectro se
ensancha aquí, pero si continúas adelante, rápidamente se hará
grave; especialmente grave. Habrás llegado entonces a un árbol seco
muy característico. Una conífera; probablemente, un abeto o un pino
negro. Eso es difícil de decidir, al menos, para mí; pero el árbol
no pasa desapercibido. No encontrarás otro como este en todo el
trayecto.
Atravesarás
luego un riachuelo más ancho que los anteriores. Suena más agudo y
claro. Puedes ver cómo el agua cae o simplemente resbala sobre las
piedras. Es probable que te sorprenda aquí alguna ave silbadora. Si
canta, goza de la mezcla del color azulado y metálico del sonido del
agua con el silbido reverberante y melódico del pájaro. Es una
aleación dura pero cordial sobre la que intervienes a medida que el
río se acerca. Le restas cuerpo al aproximarte. Deviene a la vez
grave y agudo, sin frecuencias medias; por eso, hasta la llegada al
puente, tienes la impresión de oír muy detalladamente las
manifestaciones aisladas de algunos de los múltiples saltos del agua
de una superficie a la otra.
Pasarlo
no solo te cambia de orilla. Al alejarte experimentas en tu carne la
intensidad y el poder del filtro. Del amarillo, viajas directo al
grave rojo intenso de una pequeña cascada que baja a mano derecha.
Oyes ahora el rojo especialmente bien. Mucho mejor que en otros
lugares. Te envuelve completamente y tan fuerte es, además, que el
riachuelo de la izquierda ni se oye. Has de poner tus orejas casi al
nivel del agua para añadir un mínimo hilo azul a tu experiencia
sonora. Acércate y sepárate. Una melodía secreta será tu premio;
aún eres tu propio intérprete, recuerda. Pruébalo un poco, pero no
eches raíces. Continúa el viaje, porque cuando llegues a la primera
poza, justo delante percibirás una franja aguda que se superpone al
grave de la cascada, algo más retrasado. Es un efecto curioso, pero
bastante habitual en los saltos de agua importantes. La parte aguda
se oye asociada a un lugar y la grave, a otro. Ambas rebotan
independientes en los límites duros -o relativamente duros- de los
espacios donde te los encuentras. Eso ocurre tanto por la composición
de los sonidos y los distintos mecanismos que los generan, como por
tu perspectiva. El agua resbala aquí sobre grande losas de piedra
hasta llegar a un salto de agua muy pronunciado que, mucho menor,
recuerda un poco a la Cola de Caballo de Ordesa. Suena especialmente
agudo y, como muy cerca hay un tramo largo de vía, si pasara,
podrías comparar el subir o el bajar del Cremallera con ese fondo
agudo. Escucharías un conflicto acústico interesante.
Venía
a decir Luigi Nono que el mundo y el arte no serían sin conflicto. Y
es que el, por encima de todo amaba la Dialéctica. Pero retoma la
ruta alejándote del agua y, por más lentamente que lo hagas y te
concentres en ella, habrás de escucharla cada vez más amarilla,
verde y azul; progresivamente filiforme, también. Te sorprenderás
de repente al oír otro riachuelo. Fluye a tu izquierda. Si aún no
te has cansado de jugar, de ser tu propio intérprete, acércate una
vez más, aléjate, límpiate, gírate, y por el sendero del bosque
vendrá a tu encuentro el rumor de la cascada de allá arriba, lejos
a la derecha. Viene de muy arriba y tú aún bajas. Verás entonces
entrar en el túnel la vía del Cremallera casi en el mismo punto en
que de repente el agua cercana desaparece de tu alcance acústico;
pero solo es por un momento. Pronto, grandes salpicaduras y gritos y
voces podrían reverberar no muy lejos. Es que hay pozas donde la
gente se baña. Verás algunos que, incluso, se tiran de culo con
gran estrépito al agua. Escucha como la percusión potente y grave
del impacto de los cuerpos se refleja en las paredes de grandes
rocas. Estás en el Torrent de Fontalba. No continúes hacia el Pont
del Cremal. Toma el Camí del Dui y me hallarás tras alguna curva o
una roca; nunca subido a un árbol.
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