domingo, 3 de mayo de 2009

Perplejidad y contenidos en los medios de comunicación

Los artículos de los periódicos me ponen medio perplejo. Hoy había uno en el País de un señor, Agustín Fernández Mallo, que, en pleno debate sobre la reducción de la publicidad en televisión, defendía la clásica argumentación de que la publicidad es fantástica, que recoge lo mejor de la creación contemporánea. Daba cantidad de referencias para justificarse. Pero el problema no está en lo buena o lo mala que sea formalmente la publicidad. La cuestión está en que por muy buena que sea, te la hacen tragar a mitad de un programa que alguien corta sin mirar dónde y en que, quizá peor, te la repiten hasta la saciedad. Una cosa buena repetida varias veces deja de ser buena porque harta. Lo grave de la publicidad es que es un hartazgo. Lo peor, que supone un ataque a la libertad. Más allá de la excelencia del arte de expresar una idea en 20 segundos, conviene poner de manifiesto el hecho de que la probabilidad de que abras la tele y te encuentres un anuncio raya en lo vergonzoso. Si tan buena es, que la incluyan en la programación, sin cortar programas y que se haga público cuándo vaya a salir. A ver a qué niveles llega la audiencia en esos espacios de programación. Y al hilo de la argumentación de las consideraciones acerca de los mejores cocineros del mundo, ¿cómo no va a estar lo mejorcito de la creación en la publicidad si es un terreno donde se invierte lo que se invierte? Si se invirtiera más en otros productos menos interesados, quizá también fueran mejores, ¿no? El problema general no es la calidad de los productos sino qué productos son los que merecen inversión de energía y cuáles no.