domingo, 29 de mayo de 2011

28 de Mayo de 2011 en la Plaza de Catalunya

Por primera vez en mi vida estuve en Canaletas con motivo de una celebración culé. Corrían ríos de pasión. Si en el centro de la plaza imperaba la serenidad, a su alrededor, era la euforia desaforada. Hacia el Norte rebasaba la Gran Vía y hacia el Sur, no puedo decir hasta dónde llegaba, porque las Ramblas resultaban inaccesibles al espíritu no comprometido con la celebración. Sumido en un estado que llamaría perplejidad si no me fuera tan familiar, estuve paseando el micrófono hasta las dos de la madrugada. ¡Cuánta pasión! En la calle Pelayo parecía como si el mundo se hubiera parado. Si apenas dedicáramos una pizca de toda esa energía a profundizar en la experiencia de nuestras propias vidas, pensaba, sin duda esa democracia a la que casi todos denostamos alcanzaría un grado de desarrollo hasta aceptable. Llama la atención tanto entusiasmo por algo cuyo protagonismo queda tan lejos del yo de cada uno. ¡Es tan externo! Después de todo, los trofeos son para el club y su equipo. Mientras sus estructuras de gobierno administran el beneficio económico de la situación, las ventajas individuales de los socios se circunscriben al ámbito emotivo. Con toda seguridad, la experiencia del aficionado de a pie es placentera, pero no creo que sea ni por asomo tan sublime como lo que sugieren los acordes corales que últimamente alguien ha tenido la genialidad de asociar a los productos publicitarios de los acontecimientos futbolísticos en tv3. Esa mixtura de fútbol y ópera parece enraizarse en el video de motivación de la final de la Champions de 2009 : una ocurrencia genial, por supuesto; pero solo en el plano técnico-burgués y muy propia, por cierto, de unos tiempos en los que la excelencia técnica vale más que la moral. Para mí es otra muestra más del ramalazo wagneriano de la burguesía catalana, que, entre otras proezas, ha sido capaz de asimilar y, por tanto, contrarrestar si no desactivar, el impulso rompedor y contestatario de la Fura primigenia.

En cualquier caso, sea lo que sea, no hay que engañarse : lo sublime es muy raramente alcanzable. Hasta para los poderosos. Pero porque poder y riqueza son únicamente para ellos, es rentable tratar de confundir a los sin nombre, entre quienes me cuento, con la promesa incumplible de alcanzar lo sublime en virtud de la delegación en alguien que se supone sí lo alcanza. El sentido de pertenencia a un club se parece mucho al patriotismo. No en vano el Barça es más que un club. Aunque no es el único caso : los grandes clubes son casi siempre más que un club. La superestructura, ya patria, ya club, ya empresa, se nutre del ardor incondicional de cuántos más, mejor. Si quienes se enriquecen a costa de la patria son minoría entre los patriotas, más son los que apelan al sentido del patriotismo con la intención de emplear esa energía en llevar a cabo sus propios proyectos. Pero no dejan de constituir una pequeña élite que necesita, incentiva y explota el fervor de una mayoría a la que solo le está permitido participar de la experiencia desde la barrera. Por cierto que, en el sentido opuesto (y no es una pregunta retórica) : ¿cuántos directivos del Barça habría esa noche en Cantaletas? No lo sé, pero me gustaría saberlo.

La noche del 28 de Mayo había ido a grabar el paisaje sonoro de la Plaza de Catalunya, porque me interesaba registrar el contraste entre el sonido generado por sus ocupantes indignados y el de los exultantes seguidores del Barça. A pesar de la algarabía y lo llamativo de la celebración, de tal potencia que daba la impresión de que ni un terremoto pudiera afectarla, desde la posición solitaria y ligeramente alejada del reportero centrado en la plaza, no me era posible abandonar la idea de que asistía a dos espectáculos marcadamente distintos, casi opuestos, pero entrelazados a un tiempo por un elemento común : el anonimato de sus participantes. Aquel paisaje sonoro abrupto y violento del demasiado humano imaginario de lo sublime inalcanzable, de la vivencia del triunfo delegado y el desparramo de la propia consciencia en la multitud placentaria, contrastaba con el sonido dominante del centro de la plaza : constante, romo y acogedor, el canto de la indignación serena y de la toma de consciencia crítica del lugar propio de cada cual en lo social había dado comienzo días antes. Muchos quisiéramos que aquello fuera el principio de un canto que ya no cese.

Principio de placer frente a principio de realidad, esa tan vieja confrontación era el aroma que saturaba el aire primaveral de la noche. Al centro de la plaza, casi silencioso, cercado por el fragor de una multitud que no del todo ajena emitía sondas de consciencia individual para visitarla, llegaba el estruendo de tracas y bombazos; también, el frenesí de gritos, trompetas, trompetillas y tambores, que, a pesar de la distancia se oían más que los rasgueos débiles de las guitarras cercanas y los diálogos de los corros de indignados, de carácter activo, atento, analítico, fruto del cuestionamiento de quien ha despertado a la necesidad de mirar y escuchar. Y es que mirada y escucha, que resultan de choques de la consciencia con el mundo, son formas de preguntar al mundo.

Quienes venían de Canaletas solo eran identificables por las camisetas. Nada más entrar, abandonaban el bullicio. ¿Devolvieron la visita los indignados? Es presumible. Llamaba la atención que, en el centro de la plaza, los petardos y las explosiones de Canaletas difícilmente hubieran podido distinguirse de los disparos de balas de goma de apenas un día antes. El mismo impulso y la misma envolvente violenta en ambos fenómenos. Cabe preguntarse si sus significaciones son distintas en esencia. Como mínimo, cada una en su medida entraña reminiscencias agresivas, si no bélicas. Si los petardos eran muestra de una alegría con dificultades para manifestarse de formas más suaves, los responsables de los disparos, en un intento de sembrar el terror, no habían conseguido otra cosa que poner en evidencia el desconcierto de una casta que se considera a sí misma víctima de un proceso de pérdida de privilegios, con toda certeza vinculable a los altos niveles de diseminación de la información de los que se goza actualmente. No son suficiente, por supuesto : podrían y deberían serlo más, pero tanto los nuestros como los del contexto cultural vecino, que cada vez se me antoja más impropio adjetivar de islámico, lo han sido suficientemente como para propiciar las manifestaciones de toma de consciencia popular a las que estamos asistiendo. Una democracia no existe sin unos medios de información plurales ni sin una toma de consciencia activa de cada uno de sus partícipes.

En nuestro caso, contra lo que algunas lecturas de la historia han pretendido, la democracia raquítica que disfrutamos no fue otorgada por ninguna autoridad. Resultó de movilizaciones populares intensas que se extinguieron en el proceso de la Transición, de donde derivan, por cierto, las enormes limitaciones que ahora nos parecen insoportables. Fue incruenta, sí, y es de agradecer; pero también por ella las fuerzas conservadoras continuaron hasta hoy controlando los aparatos del estado y, por ende, todo. La cultura y la forma de gestionarla, pese a que pueda parecer lo contrario, lo que más. Las políticas que la gobiernan muestran al desnudo la inercia del Franquismo por la intransigencia con lo verdaderamente nuevo, por su suplantación por lo que sin razón presume de serlo y por la insistencia casi compulsiva en la recuperación y el mantenimiento de las formas del pasado.

Las movilizaciones de las plazas son una respuesta natural al resultado de aquel proceso, que ha terminado tomando cuerpo en una sociedad incapaz de soportar por más tiempo el protagonismo agotador de quienes no tienen nada que ofrecer. Proponen como contrapeso al protagonismo egoísta, tacaño, estéril, pobre y roñoso, su antagonista natural : el anonimato. ¡Ningún protagonismo por alternativo que parezca! Frente a bombazos, trompetazos y gritos, conversaciones a media voz, risas y arpegios sutiles que ocasionalmente emergen del ruido de fondo y a él vuelven pronto para dejar nuestra escucha libre de influencias. Frente al impulso instantáneo de energía infinita de los disparos y los petardos, tensión sostenida del percutir persistente y luminoso de las cacerolas.

sábado, 28 de mayo de 2011

Shakira, ahora, activista

Ya no sé si era en el telediario o en un anuncio. Viene a ser lo mismo. Ahora resulta que Shakira es, además de cantante, showoman y compositora, activista. Dejé de ser compositor, al menos nominalmente, porque fenómenos como Shakira y otros similares hurtaban ese calificativo y le cambiaban su significación debido a su gran influencia mediática.

Ya me sorprendí hace algún tiempo por la reivindicación que Shakira hizo de la herencia de Mercedes Sosa a su muerte. En cualquier caso, los activistas ya pueden ir pensando en cambiar el nombre de su actividad. Y es que las cosas cambian y uno de los procesos que las llevan a ello es el robo de su nombre a manos de los poderosos.

Al hilo de todo esto, ahora las plazas ya no se desalojan. Se limpian. Qué verbo tendremos que emplear los descamisados para limpiar la cocina sin sufrir un trauma?