sábado, 28 de febrero de 2009

Las ayudas a la cultura


Si no lo he manifestado antes, debería haberlo hecho. La cultura, la de investigación, al menos, debe ser apoyada a fondo perdido, como la investigación científica. Integramente. Es un asunto de estado. Por varias razones. La mas superficial es que las subvenciones a cualquier otra cosa que no sea cultura se consideran fundamentales para el desarrollo. Existen en todos los ámbitos y son sensiblemente superiores a las que se otorgan a cultura. Sirven, se dediquen o no a la investigación, para que los ámbitos donde se aplican florezcan, ya que sin ayuda económica, permanecerían para siempre en la misma situación. Y eso, todo el mundo lo sabe, equivale a involucionar, especialmente, en el contexto de un sistema que, por definición, incentiva el crecimiento. Si la industria recibe enormes cantidades de dinero, si los bancos son apoyados directamente por el estado, si la agricultura ha recibido ingentes cantidades de dinero por dejar de cultivar, ¿por qué no dar soporte amplio a las producciones culturales? ¿No está suficientemente probado que las ayudas oficiales han sido fundamentales para que el deporte español se halle en la primera línea mundial, tal como le corresponde al desarrollo económico de nuestro país? Si ocurre con el deporte, ¿por qué no esperar lo mismo en la cultura?. Desde el punto de vista de la lógica tradicional de la productividad, en términos de crecimiento económico o, incluso, del interés general, cada vez más frecuentemente considerado valor intrínseco, a veces, hasta de intercambio, como la cultura de investigación no es de interés económico ni del público, entonces, la inversión de energías en ella no es eficaz. No vale la pena tenerla en cuenta entre los intereses prioritarios, de manera que cualquier ayuda económica destinada a ella es sospechosa. La sospecha debe naturalmente asociarse a la culpa y la adjudicación de subvenciones a la cultura no deja de ser sospechosa de mal empleo de recursos. Ahí esta la culpa y de ella procede, creo yo, la inexplicable retención manifiesta en las ayudas a la cultura, que, a pesar de ser las más insignificantes, son las más cuestionadas, especialmente en tiempos de crisis, precisamente, cuando la predisposición a la culpa se agranda y parece justificar las irracionalidades más patentes y perversas.

Ganarás el pan con el sudor de tu frente, dice la tradición. Mantiene, además, que todo el mundo suda, menos quienes se dedican a la cultura. Ellos gozan, en cambio, y eso jamás debe ser premiado. Al contrario : planea aún sobre nuestras cabezas la idea de que debería ser castigado. Quienes trabajan en cosas serias y productivas o muy aceptadas por la mayoría, no gozan, sufren, y ello les dignifica. Deben, pues, ser premiados. Así es la formulación completa de ese supuesto, morador distinguido del imaginario de las sociedades opulentas. Y, claro, ¿cómo justificar la adjudicación de ayudas -procedentes del esfuerzo de quienes sufren- al goce de un atajo de vagos? Cuentan que en tiempos de la última guerra europea, en los controles populares, los callos en las manos tenían valor de salvoconducto. La ausencia de ellos, motivo de retención y todo lo que ella podía implicar. No hemos superado ese sentimiento. Ahora, quienes gozan con su actividad laboral pagan el alto precio de disponer de menos medios que los demás.

¿No está aún claro para todo el mundo que la investigación en la generación de productos culturales es de utilidad para el desarrollo de las sociedades que la promueven? ¿No es útil el conjunto de los productos de investigación cultural para el afianzamiento del prestigio internacional de esas sociedades? Si tan baratos son, en comparación con los procedentes de otros ámbitos, ¿por qué correr el riesgo de dejarlos morir de inanición? Pero, ¿es ello considerado como riesgo o como objetivo?

Las cosas se valoran tanto más interesantes, cuanto mayor es la cantidad de gente interesada en ellas. El auge del nacionalsocialismo tuvo refrendo popular. Deberíamos disponer de mecanismos de control de esa tendencia a dar por buenas las cosas sólo por el hecho de ser preferidas por la mayoría. La perfusión amplia de los productos culturales, de investigación o no, contribuye en el desarrollo del espíritu crítico y de la independencia de pensamiento, quizá los únicos antídotos eficaces contra las patologías sociales fruto de la realimentación de procesos metabólicos de la información en los sistemas masivos de comunicación. Una sociedad opulenta consciente de ello debería considerar el soporte pleno a la totalidad de los productos culturales.

martes, 17 de febrero de 2009

Los tiempos cambian! Cambian?

Los tiempos cambian. Ahora, cuando voy en metro, aprovecho para recoger el correo de la mañana, escribo mis sms imprescindibles y, si hace falta, hago llanadas urgentes. Si queda tiempo, escribo mis impresiones del momento, como ésta. Y el periódico? Bueno, también podría leerlo en el móvil, pero prefiero hacerlo en el ordenador del despacho. La pantalla es mas grande. En cualquier caso, se acabó el matar árboles! Antes... Bueno, quién recuerda cómo lo hacíamos antes?

martes, 10 de febrero de 2009

Sobre la publicidad encartada en los periódicos


Compras el periódico en el quiosco porque haces un trayecto de metro largo. De esa forma aprovechas el tiempo, ya que luego, cuando al llegar al despacho te sientas al ordenador, deberías hacer otras cosas. Así que, al entrar en el vagón, medio sofocado, si tienes suerte, te sientas. Vas siempre cargado con algo, así que, si no fuera porque te interesa verdaderamente saber qué pasó mientras dormías, el periódico, de dimensiones algo incómodas, sería un engorro. A pesar del incordio, haces un esfuerzo por abrirlo y das inicio a la lectura. Las noticias, de por sí, ya no son demasiado buenas, porque la prensa tiende a contar más los desastres que las cosas positivas. En realidad, no sé por qué tengo ganas de entrentarme a ese mar de horrores cada mañana. Por otra parte, los artículos de fondo acostumbran a tratar temas demasiado mundanos para mi, generalmente relacionados con la política, que parece que encandila al respetable, pero cuando tocan mi especialidad, la música, me da la impresión de que el articulista no tiene ni idea de lo que habla. Salvo honrosas y escasísimas excepciones, sea cual sea el tema, música o cuaquier otra cosa, piensas que cualquiera podía haber escrito aquello. Pero en fin, haces el esfuerzo de la lectura para estar al día de lo que pasa a la gente, de lo que piensa, de cómo es. De como somos, en fin. Es un acto de disciplina que hago muy a gusto. En principio. El problema se manifiesta cuando del interior del periódico surge un folleto de propaganda que no te interesa nada, pero que estás obligado a mantener contigo, porque no vas a dejarlo tirado por ahi, en algún asiento o, peor, por el suelo. No te queda más remedio que quedártelo con la esperanza de que al salir del coche se te aparezca una bentita papelera donde echarlo. Pero no. No hay muchas papeleras en el metro ; además, si vas leyendo, no las ves. Por eso, continuas el trayecto con el papelucho colgando, no sin dejar de sentir el incordio que te impide leer tranquilamente ni de pensar en lo que le acostumbraría a pasar por la cabeza al genio que ideó la campaña publicitaria en cuestión. Por fin sales a la calle. Hace viento. Ves la papelera un poco lejos, pero modificas tu ruta para deshacerte del muerto en cuestión, pero, a medio camino, como en una mano sostienes el periódico mal doblado, en la otra, el papelucho, y llevas colgando una cartera con un ordenador o cualquier otro cacharro, una ráfaga te libera de la pesadez, pero, al mismo tiempo, te vuelve el periódico del revés y estás en un tris de ensuciar el pavimento urbano con las malas noticias que lleva dentro. Quien quiera que sea la lumbrera o grupo de lumbreras que tomara la decisión de encartar el dichoso papelucho en las páginas centrales del diario, puede estar seguro de que, en mi, ha causado el efecto contrario del que buscaba. De paso, me lo pensaré muy mucho la próxima vez que se me ocurra invertir un euro y pico en la compra de un producto cuya generación requiere la muerte de esos seres vivos, los árboles, que cuando están vivos, tanto hacen por que continuemos respirando. ¿Saben ustedes, en realidad, por qué compro el periódico? Se lo diré. Por los chistes. Son lo mejor. De lejos.

domingo, 8 de febrero de 2009

El Consell de la cultura i les arts y la música

Tras las extremadamente tibias consideraciones que algunas entidades musicales formularon acerca de la falta de representatividad de la música en la composición del Consell Nacional de la Cultura i de les Arts, que yo sepa, no ha habido respuesta oficial. Es lógico, dado el pusilánime mensaje que al respecto hizo circular la vicepresidencia de la Unió de Músics : no liarla, no fuera a pensarse que los músicos se posicionaban en contra de otros gremios. Tampoco he podido leer ni escuchar ninguna pregunta directa acerca de esta cuestión que haya sido planteada al flamante director de esa nueva institución, el Sr. Xavier Bru de Sala. La cultura catalana desprecia el sonido. Su inconsciente no considera la música ni cultura ni arte. Prefiere pensarla, cual baño de espuma, como masaje para los oídos. Con el beneplácito de los músicos, eso es aquí la música.

Desde luego que me parece un despropósito de grandes dimensiones, pero no mayor que tantos otros que planean a la merced de las corrientes de la política de la cultura en nuestra pobre y desgraciada patria. Es cierto : no hay nadie con solvencia musical en la lista de integrantes, que, según los media, incluye un filósofo, un arquitecto y diseñador, un escritor, un traductor, una galerista, un abogado, una actriz, una crítica de arte, una cineasta y un intelectual -vaya Ud. a saber, por cierto, qué significado tiene esa palabra en nuestros días. No discuto la excelencia de la labor de estas personas en sus distintos terrenos, pero ¿ha visto alguien a alguno de ellos en un concierto de música experimental? Tampoco hay científicos en ese Consell que también es de la Cultura. Por suerte, y a pesar de que se ha pretendido hasta la tetania que también hacen cultura, no hay deportistas ni entrenadores de fútbol ni cocineros. De estar estos últimos representados, ello hubiera resultado particularmente doloroso, porque, como es sabido, la última Dokumenta de Kassel proponía, como magna metedura de pata, permítaseme, la participación estelar española de un representante insigne de ese gremio. Dadas la fascinación por lo anglosajón que asola estas tierras, hasta resulta sorprendente que los responsables no pensaran en ello. ¿O sí pensaron? No se sabe demasiado como fue el proceso. La Plataforma de la Cultura para la formación del Consell Nacional de la Cultura y de les Arts no hizo grandes esfuerzos por informar a los actores culturales de a pie acerca de los criterios con los que se iba a sugerir nombres a las instancias políticas.

En una entrevista que he podido ver en Vila Web, dice el Sr. Bru de Sala que uno de los objetivos del Consell es que la cultura se independice de la política. Muy buen propósito, desde luego, pero ¿quién puede creer eso, si la medida proviene de la propia política y sin ninguna movilización civil verdaderamente amplia? Se ha dicho que la composición del Consell no debe atender a cuotas por sectores o disciplinas artísticas. Y entonces, ¿qué es lo que hace, si resulta que, como es ya habitual, una vez más, la música, la ciencia y otras disciplinas quedan al margen de toda consideración cultural seria? En los diez meses próximos, el Consell deberá emplearse a fondo en demostrar que el modelo anglosajón de vertebración del mundo de la cultura también funciona al calorcillo del Mediterráneo. De momento, con la nada fácil explicable ausencia de las voces musical y científica, parecería que el meme de los reinos de taifas continúa entre nosotros y ejerce su perniciosa influencia.

domingo, 1 de febrero de 2009

Música

Sentir, oír, escuchar, pensar, vivir

Todo lo que se percibe se hace consciente y, en algún momento, se piensa, se imagina, se considera, se discurre, se reflexiona, se examina, se intenta. Se hace objeto de uno.

Todo eso es posible con la música.

La música también se vive, se siente, se experimenta, permanece en la memoria, en la voluntad o en la consideración y asiste particularmente si así se emplea con sus inspiraciones. Se hace uno sujeto de ella.

La música se oye y, si se está atento a ella, se escucha.