lunes, 16 de marzo de 2009

Fumar o no fumar


Me siento en la terraza de un bar no sólo porque hace buen tiempo. En el interior se permite fumar. Pero, claro, afuera, también. Por eso no me extraña sentir el aroma del tabaco quemado por la señora de la mesa de al lado, que enciende un cigarrillo tras otro, en esta hora de mañana de domingo que he escogido para mi contacto semanal con la prensa medioambientalmente irrespetuosa. No me extraña, pero me molesta, porque la brisa lo introduce directamente en mi nariz, por más que yo no quiera aspirarlo. Estoy obligado a respirar todos los compuestos, aromáticos y cancerígenos, unos, inodoros y peligrosamente adictivos, otros, que la señora en cuestión introduce voluntariamente -y, presumo, por probabilidad, con profundo desconocimiento- en sus pulmones, para tapizar con alquitranes bien adherentes su tejido alveolar, aquel lugar hipervascularizado donde la sangre toma del aire entrante el oxígeno para llevarlo a las células de todo el cuerpo. Más tarde, mejor, casi inmediatamente, lo utilizarán para almacenar la energía que necesita cualquier cosa que se pueda pensar que nuestros cuerpos hacen. Eso es respirar. El caso es que yo, exfumador, toxicómano, como todos aquéllos -muchos, somos- con dependencia al tabaco, me veo obligado a dejar mi soleada mesa si no quiero aspirar la mezcla, entre otras cosas peores, resucitadora de dependencia. Si los alcohólicos que deciden dejar de beber no pueden tomar cerveza sin alcohol, bajo riesgo de caer nuevamente en las garras de su dependencia, los exfumadores también corremos riesgo de caer en las de la nuestra si inhalamos humo de la combustión de tabaco. Pero, ¿qué mal puede haber en ello, si la preocupación de las autoridades por la salud de los pulmones -y de paso, del corazón y de todo el resto del cuerpo- de quienes no fumamos, dependientes o no, parece nula? Diríase que a ellas los riesgos de nuestra salud ni les molestan ni les extrañan. Desengañémonos : sólo están interesados en suscribir la extrema permisividad al tabaco de nuestras autoridades hispanas quienes sufren dependencia y no la combaten. Son los aliados incondicionales de las empresas tabacaleras. Los demás, tanto quienes lo hemos dejado tras arduas luchas con nosotros mismos, como quienes tienen la grandísima suerte de no haber necesitado nunca el tránsito mortal de ese gas por sus pulmones, somos invlunerables a la prohibición de fumar. No nos afecta. Así es como, en virtud de la salvaguardia de la libertad de quienes sienten esa tan irracional y tan humana necesidad destructora, para con ellos mismos y para con todo su entorno, nos convertimos en objeto de su dictadura.