lunes, 29 de diciembre de 2008

¿Cómo es que no oimos casi nada?


Siempre me he preguntado por qué son tan sordos la mayoría de los intelectuales. Ahora me atrevo a enunciarlo en público. A saber si también serán ciegos. ¿Cómo es que mentes despiertas, como muchos de ellos son, necesitan masajearse siempre con las mismas músicas y los mismos sonidos? Me temo que escuchan más las letras de las canciones que lo que suena en sí.

¿Será cuestión de pereza? Alguien sensible e inteligente que no fuera artista debería comprender que la escucha y la mirada también dan información acerca de lo que no se entiende o está más allá del discurso. Quizá por ello aún sobrevivimos.

domingo, 28 de diciembre de 2008

Falacias cruzadas y sin relación directa en la disputa sobre la financiacion esa

El guiñol y el mundo de la política siempre han tenifo puntos de contacto. En la respuesta que la semana pasada dió el Partido Popular a la aceptación de Aguirre a la propuesta de Zapatero para la financiación de la Comunidad de Madrid, se entiende algo de cómo la transformación de la política en un guiñol impresentable puede resultar útil a alguien. Como la señora Aguirre acepta la propuesta de Zapatero, el Partido Popular corre el riesgo de quedarse sin uno de los motivos de disputa que más réditos electorales le ha dado hasta la fecha, a saber, la supuesta adjudicación de favores económicos a Cataluña por parte del gobierno del PSOE. Cualquiera con un atisbo mínimo de sentido común juzgaría esos favores como inexistentes, pero para los dirigentes del PP, que haya o no razones objetivas de la existencia o inexistencia de algo parece no tener ninguna importancia. Para ellos y para muchos políticos, como creo que sin ninguna vergüenza pregonaba Karl Rowe, apenas hará un par de años, las razones y las realidades se fabrican; no hace falta que existan previamente. La cuestión es distorsionar los matices de las realidades existentes en cada momento en aras del aprovechamiento político de una determinada situación. ¿Y qué mejor distorsión de matices que la de un buen guiñol con políticos rampantes y rasgantes de vestiduras? En el expresionismo kischt de los guiñoles de la política española resulta bien fácil colar nuevas consideraciones cuya valoración, en el mejor de los casos, es ambigua. Con el tiempo, van apareciendo en prensa nuevas supuestas razones por las que las comunidades que reciben más deberían continuar en esa condición de beatitud tras el nuevo pacto de financiación autonómica. Dicen algunos responsables de las comunidades más beneficiadas que servicios como la sanidad y la atención a las personas mayores son más caras para ellos, dada la alta diseminación de la población en su territorio. En primer lugar, podría oponerse que no todos los servicios son más caros en esas comunidades. Por ejemplo, la vida -alquileres, comida y cosas así- es mucho más barata en esas comunidades. Quien viva en una ciudad como Barcelona o Madrid, sabe muy bien que fuera de ella, el coste de la vida es mucho más barato. A ese abaratamiento hay que añadir el hecho de que las condiciones ambientales de vida son sensiblemente superiores en los entornos rurales. Desde este punto de vista, la calidad de vida es mejor, pues, en esas comunidades deficitarias. Considerada la cuestión así, podría llegar a decirse que los habitantes de los entornos hiperpoblados, que generan más dinero de los impuestos, financian con su salud la mayor calidad de vida de otros lugares menos poblados. ¿Por qué tendrían unos que pagar la vida tranquila y saludables de otros a costa del ajetreo en el que viven y producen esa riqueza que se supone hay que repartir equitativamente?

El asunto tiene algo de parecido con el de la distribución de los votos. Se supone que todos debemos tener las mismas oportunidades y que cada cual es libre de emplearlas como mejor le parezca. Si uno se decide por una vida poco ajetreada y de mayor calidad, debe asumir que el coste energético asociado a ese lujo gravará también las posibilidades de alcanzar mayores niveles de producción y, por tanto, de mayores niveles económicos. No por ello, sin embargo, debe permitir que el poder económico que le falta debido a su elección se compense con el esfuerzo de otros cuya mayor inversión, en comparación, es su salud. Si se desea mayor poder económico, es imprescindible emplear las ayudas recibidas en generar mayores recursos y no en nuevas mejoras de la calidad de vida, incapaces de dotar de mayor solvencia económica al sistema. Alguien podría objetar que si en esos contextos se considera deseable una solvencia económica equiparable a la de otros territorios ¿por qué, entonces, no se opta por organizaciones económicas y territoriales distintas que lleven a esas comunidades a mayores grados de independencia y desarrollo de naturaleza económica? No hay respuesta a esta cuestión. Está mal planteada, igual que lo está la exposición a la consideración pública de factores únicamente cualitativos en la cuestión. Urge la evaluación cuantitativa y objetiva de la totalidad de las informaciones. No es cuestión de introducción en el imaginario público de nuevos o viejos elementos que abunden en la demasiado manida discusión del agravio comparativo. Ya se conocen todos. Lo necesario ahora es, de una vez por todas, poner en el tapete todos los pros y todos los contras para considerarlos sistematicamente a la luz de los datos y no permitir desequilibrios numéricos, lo único objetivamente evaluable.